Hoy es un día especial para mi, he estado celebrando mi cumpleaños, y con el día ajetreado ¡ni me acuerdo cuantos caen!, nos lo hemos pasado genial, y digo nos, porque desde hace un par de años que mi cumpleaños se ve felizmente invadido por un precioso corazón con patas que desea ser mi fuente de mayor alegría en este día. Lo que no sé si sabe, es que lo consigue todos los días.
Por eso, y porque durante esta semana han habido mil y un imprevistos, decidí posponer el post del jueves a hoy domingo, y casi que es para darte las buenas noches, cual Casimiro te recuerdo no sólo que te laves los dientes, sino que encuentres un ratito para limpiar tu mente del estrés y ver con claridad aunque sea de noche.
Hoy me apetecía compartir algo, que a lo largo de la semana he ido viviendo en la consulta, por lo que se acerca, y porque es una de las emociones que se despierta con fuerza en estas fechas, en las edades de los más pequeños. Ya no sólo por la importada celebración de Halloween sino porque oscurece más temprano, y hay mayor conciencia a según que edades. Esa emoción es el miedo.
Se habla mucho, de la alegría como un hito a conseguir, como siempre con la buenísima intención para nuestros pequeños, nuestros mayores y para nosotros. Y actuamos rápidamente para instaurarlo, siempre que aparecen otras emociones que no sabemos bien cómo gestionar.
La tristeza es otra de las emociones que por fortuna se va aceptando más, pero aún así resulta difícil de manejar, desde aceptarla hasta hablar de ella. Y cada uno tenemos un tiempo máximo de “respeto” por esa emoción antes de dirigirla o tratar de que quien la padece la dirija hacia la alegría casi de forma mágica. La mejor herramienta muchas veces en esta emoción es la presencia, la escucha y el silencio.
Pero a la que aparece el miedo… es un tenebroso camino el que recorre nuestra mente y deseamos que nuestros pequeños eviten ese camino. Reaccionamos de muchas maneras, desde negarlo “no… miedo? De eso? Que no ves que es… No es para tener miedo”; a juzgar y condenar esa emoción “Miedo? Pero ya eres mayor… De eso no debes tener miedo… Si temes a eso eres un miedica, tu has de ser valiente… Es de fuertes no tener miedo” Y un sin fin de frases más que he llegado a escuchar. Como siempre presupongo la buena intención, y obviamente la forma con la que han procedido en nuestra infancia con nuestros miedos, es la que aplicamos en nuestra vida y acompañamos a los que nos rodean.
El miedo, en la infancia responde principalmente a varios factores: el desconocimiento de la situación o la experiencia; el desconcierto: es una sensación que se traduce fuertemente en algo físico (temblor, sudor, llanto, pipí…), otra de las causas es no tener imágenes mentales lo suficientemente fuertes como para representar o simbolizar lo que puede suceder.
Y ahí es donde voy a comentarte más sobre ello. Recuerdo un cómico que comentaba en uno de sus monólogos con muchísima gracia, el temor que a veces produce estar tumbado en la cama, tras haber visto una película de terror, y ver monstruos por todas partes, incluso en esa silla en la que acabamos de depositar nuestra ropa del día, y que en un desvelo nocturno se nos torna un desconocido, o incluso un monstruo. La permanencia de las imágenes vistas en la película, junto con nuestra vivencia y experiencia de soledad, temor se entremezclan con el desconcierto. Pero un adulto tiene recursos, la luz, esa famosa luz al final del pasillo de cuando éramos niños, esa luz de compañía que aún ponemos a los pequeños. La luz, nos aclara la situación y la mente. Así que si tenemos un segundo desvelo, sabemos que ese monstruo… es nuestra ropa en una silla. Otro de los recursos del adulto es el razonamiento y la actuación. Razonamos las posibilidades en función de nuestras experiencias vividas y algunas incluso no recordadas. Y después actuamos… Si la sospecha se encuentra a distancia, nos asimos a algún objeto que nos de seguridad. Aunque a veces visto con perspectiva el objeto pueda ser ridículo para actuar contra lo que nos imaginamos.
Qué hacer ante un niño que tiene miedo, y una vez más ¿qué puede hacer un logopeda ante eso?
Un logopeda, como es mi caso, trabaja la comunicación, el lenguaje, el habla y la relación, desde un punto de vista físico y motor, y desde un punto de vista emocional y cognitivo.
Os dije en su día, que el trabajo con niños con autismo, me ha ayudado a tomar perspectiva en mis intervenciones, para la expresión del lenguaje es necesario tener algo que comunicar y una intención para hacerlo. Desbloquear cuando no hay intención es difícil, cuando no hay conocimiento de qué comunicar también, pero qué hacer cuando lo que se desea comunicar, resulta inaccesible por miedo a destapar lo que surja.
Con el miedo, esa emoción tan difícil de verbalizar, un logopeda, a parte de hacer sus funciones en la intervención del lenguaje y su representación simbólica y semántica. Puede añadir desde conocimientos semánticos a las situaciones de temor. Además de ayudar a elaborar frases-tipo para comunicar y conectar la emoción con la palabra. Las famosas secuencias, las láminas de imágenes que ayuden a dar expresión a la vez que se ve representado. Mi herramienta preferida son los cuentos y el juego simbólico, el cual acompaño con un trabajo de mesa, a través del dibujo, fichas o imágenes. Pero… ¡jugar y representar es fundamental!
Ayudan a expresar la vivencia en boca de otros, se ponen nombres y apellidos a las sensaciones, a la emoción, a las soluciones, y todo desde algo tan rico como el lenguaje en plena acción.
El lenguaje, es la representación simbólica más elevada, para acceder a sus múltiples elementos y procesos, nuestro cerebro requiere de muchas conexiones y experiencias. No sólo verbales sino, físicas y experienciales.
Cuando en la consulta entra un pequeño con dificultades de lenguaje, lo primero que se atiende es el orden y estructura en su cabeza, para dotar de una dirección a su lenguaje. Cuando es un adulto, se rescatan procesos tales como la categorización o bien elementos funcionales como la planificación: desde secuencias a movimientos. Y todos tienen que ver con una magnífica capacidad como es la simbolización que se crea y crece desde el primer minuto de vida.
Una de las fases más asombrosa, y estudiada en la infancia, es la permanencia de objeto como acceso a la simbolización y representación mental.
Os dejo con un magnífico video, que os explica un poco en qué consiste esta permanencia. Y otro, en el que os muestra, cómo desde la Educación Montessori, puede relacionarse esta función con la emoción vivida y llamada ansiedad de separación. Muy interesantes ambos.
Bebes: Permanencia de objeto.
Permanencia de objeto, y ansiedad de separación
Si estás suscrito, pronto recibirás un pdf, de varios cuentos con los que trabajar el miedo, además de una pequeña guía sobre cómo acompañar esos miedos. La guía, es aplicable, a cualquier edad.
Agradezco desde aquí, a los conocidos y amigos que siguen el blog, su cariño y su paciencia. Todo esto que vuelco aquí… en muchas ocasiones ha ido directo a las orejas y sin filtros de todos ellos. Gracias mil por tanto amor. Multiplicadlo con vuestros peques, y con quienes os rodean.
Feliz noche. Gracias por estar aquí!
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